El término pastor y pastoreo tiene base bíblica, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Han sido los estudios bíblicos los que han renovado significativamente la vida de la Iglesia, el quehacer teológico y la enseñanza de la teología. La historia de Israel se presenta con frecuencia con la imagen del rebaño reunido por Dios como buen pastor, que libera al pueblo de la esclavitud y lo conduce a la tierra prometida con reiterados cuidados, con paciencia y amor (cf Sal 78,52-55; Éx 15,13; Is 40,1). Desde esta misma óptica se interpreta el regreso del exilio de Babilonia y la restauración del pueblo (cf Zac 10,8-12; Is 49,1-26; Miq 2,12).
La palabra pastor también se aplica a aquellos que deben guiar y proteger al pueblo. La referencia para valorar el ejercicio del pastoreo es el modo como Dios ha cuidado a su pueblo. El Mesías esperado se presenta también como el pastor que ha de realizar la salvación plena y definitiva. Cristo se encuentra con un pueblo dominado, infiel y desorientado «como ovejas sin pastor» (Mc 6,34; Mt 9,36). El evangelio de Juan presenta a Jesús como el buen pastor que conoce a su rebaño y que da la vida por sus ovejas (Jn 10,1-18); por la entrega del pastor los hijos dispersos serán reunidos (l Pe 2,25) y se irá formando un solo rebaño bajo un solo pastor (Jn 10,16).
a) La praxis pastoral de Jesús recogida en los evangelios es la referencia obligada de la pastoral de la Iglesia. Jesús de Nazaret aparece como profeta escatológico que anuncia el reino de Dios; como profeta es tenido por el pueblo (cf Mc 6,15; Mt 21,11; Lc 7,16; Jn 4,19; 7,40). «Es profeta porque, con una fidelidad absoluta a su misión y con una libertad sin compromisos, anuncia las exigencias radicales de Dios, con plena lucidez sobre los acontecimientos individuales y sociales». El núcleo de la predicación de Jesús es el anuncio del reinado de Dios y la llamada apremiante a la conversión para que el tipo de vida que propone sea posible. Los protagonistas del Reino son los pobres, los excluidos, los oprimidos y los que padecen (Mt 5,1-11). Jesús manifiesta con sus acciones liberadoras que el Reino está presente y que acaece por medio de su persona; al mismo tiempo, habla de que el Reino se realizará plenamente en el futuro, cuando toda injusticia sea superada (Lc 17,26-30; Mt 11,5). El reino de Dios es una denominación teológica de la sociedad alternativa que Jesús propone a la humanidad.
Jesús une a los apóstoles a su misión, y después de la resurrección les encomienda la tarea de apacentar desde el amor y la entrega (Jn 21,15-17). La misma fidelidad que Jesús ha tenido a la voluntad del Padre es la que los apóstoles deben tener cuando reciben el mandato misionero. Toda la Iglesia como pueblo de Dios, misterio de comunión y sacramento de salvación para el mundo, está llamada a continuar la acción de Cristo.
Lo nuclear en la misión de Jesús es el anuncio del Reino como manifestación plena, gratuita y definitiva de Dios en la historia, que se consumará en la plenitud escatológica. La persona, la vida y las acciones de Jesús son la mediación necesaria para entender y vivir el Reino. La muerte y la resurrección de Jesucristo manifiestan el carácter decisivo de la acción salvífica de Dios, que va más allá de los límites históricos y da al acontecimiento de Jesús de Nazaret un carácter definitivo y universal (Mt 18,15-20).
Jesús llama personalmente e invita al seguimiento; los que siguen a Jesús forman una comunidad. Estando con Jesús y en la comunidad que él forma aprenden a actuar como el Maestro. Jesús llama a Dios Abbá y nos propone una nueva relación con él. «El mensaje central del Nuevo Testamento es, a la vez, la revelación del corazón paternal de Dios y la revelación de la exigencia de que vivamos como hermanos: sólo cuando se asumen a la vez estos dos aspectos, la revelación se hace humanizadora y liberadora; de otro modo podría ser más bien alienante». Las acciones más significativas que Jesús hace son los gestos sanadores, el perdón de los pecados y las comidas fraternas. De este modo Jesús nos revela la misericordia entrañable del Padre, nos libera del mal y del pecado, nos devuelve la esperanza y nos propone unos nuevos valores éticos.
b) Por el Espíritu Santo, la Iglesia que nace en Pentecostés es constituida en cuerpo de Cristo, y Cristo actúa por medio de ella para hacer presente la salvación en todo tiempo y lugar. Las primeras comunidades fueron conscientes de que su razón de ser estaba en Jésucristo y en el evangelio, y de que su misión consistía en el anuncio del kerigma, la enseñanza de los apóstoles (didajé), la llamada a la conversión, la vida fraterna (koinonía) y la celebración de la cena del Señor (cf He 2,42-47; 4,32-35). El contexto sociocultural y sociorreligioso hace que, desde el principio, la acción pastoral sea diferenciada por sus destinatarios y por la organización de las comunidades (cf He 15,1-33; 17,16-34). La misión encomendada por Cristo se vive como un itinerario de maduración de la fe e incorporación a la comunidad cristiana, en el que intervienen los distintos ministerios. La reflexión teológica, el ejercicio del magisterio y el discernimiento son tres elementos íntimamente relacionados en el ser y en el hacer de la Iglesia primitiva. Y todo esto en un contexto de problemas internos en las comunidades, de dificultades en la evangelización del mundo grecorromano y de persecuciones por parte de los poderes públicos. En la Iglesia primitiva aparecen formas comunitarias distintas en unidad y comunión; así lo atestiguan las comunidades de Jerusalén, Antioquía, Corinto, Macedonia, Roma, Galacia, etc.